Considerar este acto de muerte como un espectáculo cultural es absurdo. Honrar una cultura donde la sangre es la protagonista de fondo es más que aberrante. En la corrida de toros no hay héroes, solo cobardes que de vez en cuando se descuidan y mueren, pero es algo eventual. Ver cómo muere un ser vivo no debe alegrar a nadie, qué clase de seres somos.
La explicación es el morbo, la sed del humano por lo prohibido, abusivo, peligroso y mortal. Su apuesta por el famoso "thanatos" como una pulsión que no puede ni quiere controlar. Aunque sobre todo, su indiferencia con los demás seres vivos, su falta de remordimiento por lo que no es humano, es lo que marca su esencia. El ser humano es consumista por antonomasia, sobrevive consumiendo los recursos y todo lo que le rodea, después va a otra tierra, otro espacio para consumirlo todo de nuevo, incursionando en un círculo vicioso que no quiere darle fin.
Puede decirse que los toros ejercen la imagen de la muerte y al matarlos se vence a la muerte, qué idea tan fenomenal: la muerte es inevitable. Por lo que no hay victoria sobre ella, solo nos matamos más rápido y nos pudrimos la mente de paso. Lean este artículo publicado en la versión impresa de El Comercio:
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